viernes, 20 de noviembre de 2009

Camino al sur

Dejamos Tahití con un collar de flores en el cuello colgado por Tehani, nuestra camarera polinesia, y que debíamos lanzar en la entrada del lagoon para así asegurar nuestra vuelta al lugar si éste volvía dentro (cosa que hizo)
Habiendo dejado Papeete hace ya un par de semanas, el recuerdo que me queda de la travesía es apenas un mero trámite de arribada a esta ciudad, Auckland, que se nos antoja un vergel para los próximos meses que estaremos amarrados en ella.

Hasta los feos estamos guapos vestidos con flores

Pero tras dos mil cuatrocientas millas hasta aquí, son muchas las percepciones que visten este mar único con diferentes hábitos. El color de sus aguas más oscuras, el aroma, que aspiro con tal intensidad que parece que me quiero alimentar de él, y ese no sé qué indescriptible que confirma que estás en otro lugar cuando aún sólo ves inmensidad de mar por todos los lados. Las noches, bien estrelladas nos muestran más altas las constelaciones del sur.


Una yubarta jóven nos despedía de las cálidas aguas tropicales. La fauna que dejamos nos ha emocionado de modo continuado. Esperamos los avistamientos que nos deparan aguas más frías
Las noches, bien estrelladas, nos muestran más altas sobre el horizonte a las constelaciones del sur. Así, la cruz del sur, que nos acompaña siempre a babor, va alzándose a medida que ganamos latitud. Centauro se ve completo, y las nubes de Magallanes ya no son simples tizones en el firmamento, si no casi sólidos objetos que cuelgan allá arriba. Todos los días furiosos bólidos alumbran una porción de noche dando más vida si cabe al espectáculo sobre nuestras cabezas.
La ruta nos llevó hacia el oeste, siguiendo la autopista de los alisios con un viento del sureste agradable, de no más de veinte nudos, pasando cerca de las islas Cook y enfilando luego al sur tras dejar Tonga al norte. Unos días de proa sirvieron para resolver la calma de la rutina y recordarnos qué es el mar.

Nunca viene mal algo de proa para quitarte la tontería

A medida que dejábamos las aguas cálidas del trópico, el aire se hacía más frío, el agua menos apetecible, y como señal de haberlas abandonado definitivamente, las regulares visitas de petreles y albatros nos confirmaban que estos pagos ya son otro mundo. Los bellos flirteos de estas aves con las olas ofrecen una distinta realidad de la que vivimos los humanos con el mar. El majestuoso vuelo del albatros y los rápidos movimientos de petreles son inversamente proporcionales al estado del ser humano cuanto más sopla el viento; a más duras condiciones del mar, más proclives se muestran las aves a demostrar su poderío de vuelo. Una maravilla, vamos.

Los preciosos petreles damero nos acompañaron los ultimos días de la travesía. Estos, junto con los albatros y paíños, sustituyeron a charranes y rabijuncos.
El paso de la línea internacional de cambio de fecha supuso un día festivo que además nos premió con sol y excelente mar. El resto de la travesía, especialmente llegando a destino, nos enfrentó con un mar de proa que incomodó la navegación, pero que atrincherados con la trinquetilla se desarrolló con resuelta soltura.
Y por fin la llegada a Auckland, latitud casi 37º sur, el mar a catorce grados y la temperatura del aire por las noches que baja hasta los doce. Todo un contraste para venir de un lugar en el que el último año enterito hemos estado con un mar a veintiocho grados. Hasta la rusa de a bordo tiene frío.

1 comentario:

  1. Hermano/a, pareces un poco moñardo en esa foto... que nooo, que no es envidia, es preocupación.

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