Junto a la “Grande terre”, la isla mayor, el pequeño archipiélago de las islas de la Lealtad conforma todo su territorio.

Se trata un de territorio francés TOM (territoire d’outre mer) que como Polinesia francesa, goza del apoyo financiero, administrativo y militar de la metrópoli, pero cuyos estatus son diferentes de los DOM (Departement d’outre mer, p ej. Guadalupe, Martinica), donde se aplican los de la metrópli, y son una provincia más del país.
Con más claridad, Nueva Caledonia es en realidad, y como ellos, los galos, la definen, una colectividad sui generis, a la espera de un referéndum en el año 2014 para lograr la autodeterminación, cosa que por otro lado no desean en el fondo, para poder así perpetuar su cómodo estatus económico puesto que sería posiblemente una involución en su desarrollo. En el fondo la metrópoli es la metrópoli y su ayuda muy estimable.

Está habitada por aproximadamente la mitad de población blanca francesa emigrada y el resto los nativos locales o Kanac, pertenecientes a la rama melanesia de oceanía, junto a una pequeña proporción de asiáticos.
De una riqueza antropológica inmensa, su geografía reúne 28 lenguas indígenas habladas y reconocidas, además del francés como lengua oficial. Pero no es un destino turístico reconocido. Ni tampoco náutico, a pesar de los indudables atractivos del país.
Ochenta mil turistas al año en una superficie de casi 20.000 kilómetros cuadrados, harían reír a los hoteleros mallorquines, pero logra que los locales sientan el orgullo de no necesitar esta industria para subsistir. Bueno, mejor dicho, los franceses blancos como clase dominante, ya que desde hace más de un siglo explotan salvajemente las inmensas reservas de níquel que acaudala el país y que sustenta su economía.

No obstante un clima algo más frío que el que encontramos en los archipiélagos de los países de latitud más norte y sus precios europeos no invitan a cambiar la ilusión de conocer esos países de nombres tan exóticos como Fidji, Samoa, Tonga, en lugar de Nueva Caledonia.
Pero nosotros estamos ahora aquí y vamos a ver lo que encontramos que colme el hedonismo de nuestro benefactor económico.
Noumea es la capital del país, que totalmente occidentalizada, reúne a la mitad de la población del país, unos 200.000 individuos. Polígonos industriales, bares de moda y edificios de diez plantas contrastan con las zonas más desfavorecidas, que son, por lo que veo viendo en este periplo, y en diferentes países, siempre las mismas de los nativos. Incapaces de subirse al tren del desarrollo que les han montado delante de sus narices, subsisten en la ciudad casi en guetos que el gobierno intenta no promocionar con políticas de integración.

Nuestra estancia en Noumea fue atractiva para sus habitantes, ya que tras aparecer el barco en el periódico local como visitante inusual y de bella estampa, decía, el pequeño club náutico en el que estábamos fue visitado por un continuo reguero humano (blanco) de curiosos. Una vez llegó el jefe, nuestra permanencia en el país fue solamente de tres semanas siguiendo esta vuelta al mundo exprés. Pero aún así y todo aprovechamos el conocer un trópico (por los pelos, latitud 22º 45’ sur) diferente al que conocíamos.

El agua es refrescada por las corrientes frías provenientes de la Antártida, y al sur del país, su temperatura nunca nos subió de 24 grados (brrrr, frrrría!!) . La temperatura del aire nos obligaba a llevar una chaquetilla cuando no lucía el sol o el viento era constante. Sí, ya sé que estamos en el invierno austral, pero no es lo que esperábamos.
Lo cierto es que poco conocimos de este país, ya que no navegamos gran cosa, poca integración local, y quizás lo más reseñable fue que coincidió nuestra estancia con la semifinal y final del campeonato mundial de fútbol, y parece mentira el apoyo que nos brindaban y posterior alegría.
Una pena las prisa por abandonar este otro bonito lugar del planeta.

No hay comentarios:
Publicar un comentario