Para comenzar nos sorprende el cambio de temperatura del agua; el termómetro de los trasductores registra seis grados menos en el agua comparada con la última atlántica en la que nos sumergimos. Estamos ahora en veintidós grados. Nos parece no fría si no congelada, con lo que los baños que apetecía darte a la tarde en las horas bobas de la jornada se limitan a los de la ducha del camarote.
Pero más que la temperatura del agua, las mareas nos marcan el ritmo del día; en el atlántico apenas se registran variaciones de un metro, algo casi despreciable a efectos de fondeo y amarre, pero los cinco metros de diferencia entre pleamares y además de un día para otro tras cruzar el canal, nos tienen algo confundidos. Las corrientes que se forman al arrastrar las mareas las aguas, orientan el barco fondeado en direcciones contrarias al viento. El viento ha calmado por vez primera en dos meses; desde que llegué a Curaçao, raro fue el día que bajara de veinte nudos. Además la ola con todo el swell del atlántico se presentaba enorme y continua; aquí no hay ola, el viento ha calmado, hay mareas, el color del mar es turbio….definitivamente estamos en otro lugar del mundo: en el Pacífico, acertado nombre que otorgara Magallanes y no Núñez de Balboa, el primer europeo que contempló este mar, tras comprobar lo que estamos experimentando ahora aquí, cinco siglos después. Mar del sur, como llamara Balboa a estos pagos resulta menos poético y menos elocuente a lo que observamos estos días.
Tras el paso del canal nuestro destino es el archipiélago de las Perlas, un conjunto de islas cuarenta millas al sureste de su desembocadura.
No tiene nada que ver con el territorio Kuna; son islas habitadas por occidentales, segundas residencias, lugar turístico y de descanso panameño que ofrece una geografía muy distinta de la que provenimos en el Caribe: las palmeras existen, sí, pero dejan paso a árboles poco frondosos que dan a la costa que observamos un aire lacustre que nos sorprende. Las mareas dibujan una bajamar sin arena en las playas que visitamos y el agua tiene tanta vida que el fitoplancton no permite observar más allá de un par de metros de tus narices.
Después de haber visitado varios lugares más durante el tiempo que llevamos en Panamá, apreciamos que la temperatura del agua es más cálida, la costa tiene rincones playeros de una arena negruzca pero la frondosidad de su vegetación es muy diferente a la que hemos encontrado en las Perlas. Fue tan sólo este pequeño archipiélago el que nos ofreció más diferencias.
La fauna marina nos sorprende de nuevo. Masas de cientos de mantas raya emigran hacia el noreste mientras yo las observo atónito desde el tope del palo donde me encuentro trabajando. Lástima que las fotos no hagan justicia al espectáculo. La pesca abundante y variada nutre las neveras. Y pelícanos zambulléndose por todos lados mientras fragatas y charranes sobrevuelan esos bancos de peces dan más color a estas apreciadas diferencias.
Y… por fin navegamos a vela! Un mar tranquilo sin olas, veinte nudos de viento y un través generoso dispara el barco dándome una medida de todo su potencial. El jefe encantado, sus invitados admirados y yo más contento que ni sé.
Ahora compruebo que esto, a pesar del confort que buscan y ofrece, sin escora, se utiliza también para velear. Y compensa.
El jefe en invitados se despidieron pocos días después. Ahora tras unas semanas en un asco de marina, aprovechamos los fines de semana, aunque breves, para visitar más zonas del país y disfrutar algo más de su singularidad. He ido a Sta. Catalina, Taboga, el valle de Antón, parque nacional archipiélago de Coiba y algún rincón más y los días de diario aprovechamos tímidos paseos por la ciudad que confirman continuamente que no nos interesa: índice de violencia altísimo (los panameños no salen de sus casa en muchos barrios de la ciudad al caer el sol) suciedad y desarrollo inmobiliario desenfrenado, poco interés cultural y poco que hacer.
El panameño es por general parado aunque amable cosa que nos saca de quicio y sitúa en un ritmo ajeno. Pero viajar tiene esas cosas, no? Adaptarse o no salir de casa.
Mientras esperamos la siguiente etapa del viaje aprovechamos para hacer los mil trabajos que exige el barco en la marina Flamenco. Sin servicios apenas, fuerte resaca que hace moverse el barco enormemente dañando amarras y defensas y con escaso contacto con otros barcos, pues no existen casi, pasan los días con mucho sol, hollín volando continuamente y ensuciando el sufrido barco.
Tato, un español que navega en el Carisma, barco que está haciendo la Rolex World Cup nos brinda un contacto agradable intercambiando experiencias del tiempo que lleva en Panamá: selva de Darién que nos deja fascinados (la segunda mayor del planeta después del Amazonas, refugio de la guerrilla colombiana…uy, uy , uy, qué peligro!)) y su programa de navegación: rolex cup en Honolulu, Sydney-Hovart….
Por su parte él también flipa con nuestro barco. No es para menos.
Y yo también flipo de lo que hemos pagado para nuestra siguiente etapa: la visita a las Galápagos le cuesta al barco cuarenta y siete mil dólares costeados a la autoridad del parque nacional. Si Darwin levantara la cabeza!! (seguro que la volvería a acostar)
Pero ansioso doy gracias al jefe por tener tan buen gusto y acometer este proyecto que ya es un poco de todos.
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